A veces, suelo deambular por entre los tesoros que eran de mi padre, que no son otra cosa que sus libros. Hace poco, mi vista se detuvo en uno en especial. Un libro peculiar, sin dudas; una joya literaria, escrito por uno de los mejores autores españoles contemporáneos, Fernando Díaz-Plaja y su “La Biblia Contada a los Mayores”.
Es una obra controvertida, fascinante y original, salpicada de una picardía e ironía que Díaz- Plaja domina a la perfección. El lector, debe abrir su mente, porque esos “asuntos bíblicos”, son abordados con objetividad pero no por eso, dejan de herir la susceptibilidad de muchos religiosos. No es mi caso; La Biblia es una obra maestra, el Libro Sagrado, cargado de simbologías y analogías, de historias relatadas muchas veces apegadas a la realidad que varía el tiempo y otra tantas, a la fantasía.
Es un libro que nos regala en cada página, una enseñanza y que cada cual, dependiendo de sus creencias y tendencias, asimilará en una forma diferente. Para mí, en mi humilde opinión, sería absurdo pensar que uno u otros creyentes de las distintas religiones, tienen la verdad absoluta y la única llave que abre las puertas hacia la salvación.
Todos somos hijos de un ser Supremo y Omnipotente, las religiones son sólo el medio de dividirnos en grupos, muchas veces como si fuéramos ganado de distintas clases, agrupados en diferentes corrales. Pero este no es el asunto. Nuestro tema es develar un poco el contenido de La Biblia Contada a los Mayores, un libro que escoge algunos episodios del Antiguo Testamento y le hace un análisis apegado a la objetividad.
Como bien comenta Díaz-Plaja, “intento poner cierta lógica y razonamiento en el confuso deambular de los hechos y espero que nadie se ofenda con estas páginas”...
En la estampa primera de su libro, Díaz-Plaja, inquiere sobre el aspecto que tendría la serpiente antes de que Dios la condenara: “Por haber hecho esto maldita serás entre todas las bestias del campo; Te arrastrarás sobre tu pecho y comerás el polvo todo el tiempo de tu vida”. Por lo tanto, se supone que antes de esto, era un animal hermoso y seductor y solo así pudo entonces convencer a Eva de que probara el “fruto prohibido”. Para Díaz-Plaja, asociar a la serpiente con una gacela parlanchina, sería más lógico y facilitaría el diálogo con Eva, porque “ ¿quién se va a agachar para escuchar lo que dice una serpiente, que con su forma de reptar ya muestra su perfidia?”. Sostiene que el seductor tiene que ser bello, para que pueda engañar e inducir a consumir el fruto del Árbol de la Ciencia. Y a propósito, ¿será valido el empeño histórico de que haya sido una manzana, dicho fruto?. Bien hubiese podido ser en dado caso un higo, puesto que “abrieronse los ojos de ambos y, viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores” Génesis 3. Lo primero es que resulta asombroso, que un hombre y una mujer, los primeros del mundo, tuvieran idea de cómo se hacía un ceñidor y de que en efecto, como sostiene el autor, las hojas de higuera eran las más aptas para confeccionar un ropaje. Y el hecho-continúa explicando- de que encontraran inmediatamente ese árbol, pudiese darnos la pista de que el fruto prohibido era un higo. Luego de esto, sostiene la Biblia, “hizole Dios al hombre y a la mujer túnicas de pieles y los vistió”. Aquí encontramos por primera vez en el Libro Sagrado, la referencia sobre la muerte de un animal de los creados por Dios y de los que tan orgulloso estaba.
Otra estampa de La Biblia contada a los Mayores, se refiere a la longevidad de aquellos hombres del Antiguo Testamento. Por ejemplo, Adán murió a los novecientos treinta años. Mucho antes de esto, a los ciento treinta años, tuvo a Set, hermano de Caín y Abel. Set, a los ciento cinco años, tuvo a Enós y éste a su vez, a los noventa años tuvo a Cainán. Al parecer, conforme pasaba el tiempo, los hombres iniciaban más jóvenes sus actividades sexuales... La sabiduría popular ha transmitido de generación en generación, que Matusalén es el ejemplo exacto de lo que significa la longevidad, ya que murió de novecientos setenta años. Fue padre a los ciento ochenta años nada más y nada menos de Noé, que cuando tenía seis cientos años, empezó a construir el arca, la cual dicho sea de paso, distaba mucho de tener exactitudes náuticas. Según Díaz-Plaja, la descripción aportada por Dios para su construcción indignaría a cualquier marinero. “Trescientos codos de largo (por eslora), cincuenta de ancho (en vez de manga) y treinta de alto (por puntal). Llama puerta al portalón de babor y estribor y utiliza la palabra pisos por puentes”. El hecho, es que Noé fue obediente ante las especificaciones de Jehová, posteriormente procedió a introducir las parejas de animales. Sobrevino el Diluvio y Noé salió airoso de su hazaña marítima. No tuvo problemas con las aguas, pero no le fue tan bien con las uvas, puesto que sembró la primera viña del mundo y a la vez, decidió ser el primer consumidor de su producto, una vez procesado. La historia cuenta que acabó ebrio y desnudo en su tienda y es cuando podemos ver cómo los hijos actúan de manera diferente frente a las debilidades de los padres, pura psicología. Cam, uno de los hijos de Noé, lo ve en este estado deplorable y en vez de cubrirlo, sale a decírselo al que tuviera oídos. Sin embargo y para compensar, Sem y Jafet, dos de sus otros hijos, entran caminando de espaldas, portando un manto entre los dos, lo colocan sobre el cuerpo de su padre y salen de la misma forma. Es como dicen, ser hermanos, no garantiza el mismo comportamiento. Noé murió de novecientos cincuenta años, casi igualando la marca de Matusalén.
Sabemos que este libro constituyó para su autor el vehículo que lo transportó de ser un excelente autor, a ser un excelente y controvertido autor. Hablar de cualquier religión es un riesgo, provoca que muchas heridas históricas salgan a flote y las llagas de las susceptibilidades, se vean mojadas con una fina llovizna de sal. Sin embargo, a la hora de escribir su obra, Díaz- Plaja no perseguía ofender a nadie, sino simplemente realizar un análisis exhaustivo y valioso, literariamente hablando, acerca de ciertos pasajes del Antiguo Testamento. El interés del escritor, era analizar con ojo crítico y objetivo y sin apasionamientos, esa parte de los libros de La Biblia. Para muchos, un aporte cultural de gran valía, para otros, una ofensa de marca mayor y para algunos, una de las obras cumbre del autor, que lo catapulta en el renglón de la excelencia.
Uno de los personajes célebres del Antiguo Testamento fue Abraham. Algo muy curioso, explica Díaz-Plaja, es el hecho de este profeta ha pasado a la historia como el patriarca venerable. Afirma que su nombre, Abraham, “provoca escribirse siempre en mayúscula y con el debido ahuecamiento al pronunciarlo”. Esta es su historia: resulta que Jehová le anuncia: “Salta de tu tierra... para la tierra que yo te indicaré”. Le pide que funde un nuevo hogar en otro sitio, para engrandecerse material y moralmente y le dice que Su protección estará siempre con él. La tierra indicada fue Egipto y cuando estaba llegando a su destino, advirtió que era muy probable que los egipcios de enamoraran de su mujer, porque era bella y que a él, como consecuencia lo mataran, al ser el esposo. Entonces decide hacerle a Sara, su señora, un “indecent propolsal” cuando le sugiere que se haga pasar por su hermana y así fue. Efectivamente, los egipcios “la celebraban llevándola incluso a la corte y al lecho del faraón”. A Abraham, lo trataron bien por causa de los favores de su “hermana-esposa” y tuvo ovejas, asnos y camellos. Cuesta pensar que el patriarca al que uno admiraba desde niño, con esa larga barba blanca, hiciera fortuna a costa de su mujer. Eso tiene un nombre en nuestros tiempos y por cierto, muy feo. Hasta el faraón luego se sintió indignado al enterarse de la verdad. “Por qué me dijiste: Es mi hermana, dando lugar a que la tomase yo por mujer”. (Génesis 12). Pero el asunto no queda aquí, al parecer, Sara, al ver que el tiempo pasaba y no le daba descendencia a su marido/hermano y quizás siguiendo su ejemplo, le propuso que “yaciera” con su esclava egipcia, Agar, para procrear el tan soñado hijo. Y así fue y le dieron por nombre Ismael. Es una historia poco venerable.
En su estampa cuarta, La Biblia contada a los Mayores, comenta acerca de Sodoma y la califica como una “extraña ciudad”, que creció en población, a pesar de que sus habitantes tuvieran una sola obsesión: la masculina. Pues bien, Jehová amenaza con destruirla por su situación moral y Abraham le dice –con mucha razón- que no deberían pagar justos por pecadores y que reconsidere la sentencia si aparecen bastantes de los primeros. “Jehová promete un indulto, en caso de que aparecieran al menos cincuenta…cuarenta…veinte y aún diez. Sin embargo, sólo se libera la familia de Lot”. El castigo lo llevarán a cabo dos ángeles, que por supuesto, se “hospedan” en la casa de Lot, provocando esto que prácticamente el pueblo completo se acercara a esta casa y “demandara” la entrega de los forasteros; no queremos imaginar para qué: “sácanoslos para que los conozcamos”. Todos sabemos que significa “conocer” bíblicamente hablando. Lot, ni corto ni perezoso, sale corriendo y asegura la puerta, no sin antes ofrecerle a la multitud desquiciada a sus dos hijas, a cambio de la seguridad de los ángeles, en un gesto de dudosa hospitalidad. De más está decir que las hijas de Lot fueron rechazadas. Los ángeles convencidos después de este último impasse, de que Sodoma no merecía sobrevivir, deciden llevar a cabo la misión de exterminio. Lot saldría con su familia inmediata fuera de la ciudad, eso sí, sin mirar hacia atrás, so pena de perecer también. La esposa de Lot, no resistió la curiosidad y giró la cara e instantemente quedó convertida en una estatua de sal. Después de este episodio, la familia se reduce a Lot y a sus dos hijas, quienes obviamente se debían sentir muy mal ante el rechazo masivo de los habitantes de la recién destruida ciudad. El convivir los tres de ahora en adelante en una caverna, constituyó otro problemita, el de la sucesión, tan importante en esos tiempos bíblicos. La solución no se hace esperar: las hijas trazan un plan. “Nuestro padre es ya viejo y no hay aquí hombres que entren en nosotras como en todas partes se acostumbra. Vamos a embriagarlo y a acostarnos con él a ver si tenemos descendencia” Génesis 19. Así se hizo y las dos hijas obtuvieron de sus esfuerzos dos hijos/nietos de Lot, Moab y Ben Ammi.
Hay una estampa que tenemos que comentar y es la que se refiere al caso de Job, un hombre justo, trabajador, buen padre, buen marido y agraciado ante los ojos de Dios. Ese fue el problema…porque el buen Jehová presumía de él ante Satán. “Has reparado ante mi siervo Job… íntegro, recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. Satán comenta que la actitud de Job no tiene méritos, puesto que cualquiera con su buena fortuna sería igual. “¿Por qué iba de rebelarse contra Dios que le había dado todo aquello?” Y le exhorta a que se lo quite, para ver cómo reacciona”. Entiéndase, que la mala suerte de este pobre hombre, fue causada por decirlo así, por una simple apuesta. Un poco cruel. Demasiado cruel… Como dice Díaz-Plaja, “para nuestra alegría, ante todas las desgracias que sufrió Job, enfermedades, muertes de todos sus hijos, pérdida de sus bienes… mantuvo una completa e inalterable paciencia. Y a pesar de que se lamenta de sus desgracias, nunca reniega del amor de Jehová, quien al final, le recompensa con salud, más hijos y prosperidad nuevamente”. Claro, pero en lo que el hacha fue y vino, Job pasó años de desgracias sencillamente siendo el objeto de un “experimento divino”, para probar hasta dónde resistía su paciencia.