jueves, 14 de mayo de 2009

Herencias


Soy nieta de un orador, el mejor de su tiempo, por allá por los años treintas. Mi abuelo, era funcionario público y sus labores se las tomaba con seriedad y honorabilidad. Según los testimonios de aquella época, cuando Alberto Font-Bernard se dirigía el público, exudaba dignidad y altivez y encendía las conciencias de las gentes. Era un hombre que devoraba libros y pintaba letras, muchas de sus cartas las conservo como tesoros invaluables. Murió el 9 de enero del 1944 y para la medicina convencional, su diagnóstico fue neumonía, pero para los que lo conocieron en su justa esencia, entendieron que murió titiritando de melancolía. Su legado, aún permanece vivo en muchos libros que retratan la época, su nombre se erige en una calle del sector Los Prados y más que nada el hilo genético que une a su descendencia, se engrosa con algunos de sus nietos. La herencia de libros, letras y sueños toma vigencia. Su hijo, mi padre, era un hombre con más alma que cuerpo; político, historiador e intelectual. Se auto creó una cruzada personal para mejorar la nación y cada día entre recuerdos y anhelos buscaba la fórmula correcta, para que el país, nuestro país, tuviera una mejor sociedad. No entendía que ésto es una labor de todos y que sobre sus hombros no podía pretender llevar sólo la carga. Esos deseos nacionalistas los heredó de su padre y a la vez, me los traspasó desde pequeña. Tomaba mis manos y me ayudaba a trazar vocales y consonantes, con el anhelo de que con el paso del tiempo, me convirtiera en escritora y por medio de mi tinta, retratara la realidad en la que vivimos los dominicanos. Pero antes, decía, "debes saber escribir quién eres, de dónde vienes y hacia dónde vas y para ello, la herencia que llevas en la sangre te asistirá. Esa misma herencia, es la que trato de transmitir a cuenta gotas, a mi hijo de siete años, para que desde pequeño haga honor de su ascendencia. Todos los seres humanos debemos reconocer sus raíces, su árbol genealógico que nos va indicando muchas veces por qué ocurren ciertos acontecimientos de nuestras vidas o por qué actuamos de cierta forma ante determinadas circunstancias. En la genética y la herencia tenemos muchas respuestas. Por eso hoy soy periodista de profesión y escritora de corazón.
Mi madre, una mujer comprensiva y tolerante, bondadosa y honorable, me enseñó la importancia de la dignidad y el valor de la voluntad. A fuerza de tesón, cada día aprendo un poco más el sutil oficio de vivir y a desenvolverme en el peculiar mundo de mortales.
Soy hija en fin, de dos personas diferentes entre sí, pero con el mutuo sentimiento de amor hacia mi.
Cuando yo nací, una calurosa tarde del sábado 22 de julio, mis padres, Ramón Alberto Font-Bernard y Olga María Núñez de Font-Bernard, ya no se amaban, por eso durante un largo tiempo de vida, pensé que había sido un accidente del destino. Hoy, después de muchas “causas y azares”, puedo decir, que soy la última gota de amor que les quedaba y que conforme han pasado mis tres décadas, me he convertido en su razón, procuro mantener mis pasos firmes y a la vez lo suficientemente flexibles como si fuesen un campo de trigo, cediendo ante el viento y no rompiendo su tronco como el roble.
Me llamo Karyna Font-Bernard Núñez, soy hija, madre y amiga, ciudadana de mi propio mundo. Esta es la herencia de la familia, desde allí partimos, por eso somos quiénes somos y vamos armados de tinta y papel traspasando el futuro.

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