viernes, 12 de junio de 2009

Una reflexión maternal



Desde niñas nos regalan la muñeca, para que vayamos adiestrándonos en lo que nos dicen que es la misión de nuestra vida, crecer y convertirnos en madres. Nos dicen que cuidemos a esa muñequita, que la acurruquemos, le cambiemos la ropita y si viene incluido el biberón de juguete, que a cada cierto tiempo se lo demos, porque los bebés son delicados y hay que saber alimentarlos. Nos dicen que ser madre es lo más maravilloso que existe, que es la realización de una mujer y así vamos creciendo y suspirando por ese día en que una nueva vida empiece a crecer en nuestro vientre, atiborradas de toda la artillería de mensajes maravillosos.
Hoy con un hijo de casi ocho años y de haber sentido a plenitud todos los "sentimientos maravillosos" en torno a la maternidad, concluyo con que en nuestra sociedad no se nos enseña la realidad que encierra ser madre, lo único que escuchamos son las “maravillas”, pero no se nos habla de las responsabilidades, de las angustias, de las incertidumbres y del valor que amerita ser MADRE.
Cuando somos madres no vivimos eternamente en un mágico reino de alegrías y sonrisas, la tercera parte de los días estamos pensando en cómo educar a nuestros hijos y hacer de ellos hombres y mujeres de bien en el futuro, tarea difícil en una sociedad consumista, que invierte valores sólidos, en donde la familia sufre una desarticulación acelerada. Con más de un 55 % de hogares en donde la mujer está sola y a cargo de la responsabilidad económica y la educación de los hijos. Cuando somos madres estamos lidiando con la misión de mantener un equilibrio entre la vida propia y la tarea maternal, agregando la carga respectiva de sentimientos de culpa y remordimientos que sentimos porque no se nos enseña que es correcto mantener nuestro espacio al tiempo de ser madres; hemos recibimos una educación que nos inculca que desde el instante en que nos convertimos en mamás, nos envolvemos en el cordón umbilical eternamente y dejamos de “existir” como mujeres, porque hemos crecido sólo para llenar nuestro rol de madre. Entonces estamos lidiando con el equilibrio personal y maternal, con la responsabilidad económica del hogar, con la educación sólida y con la previsión del futuro…con todo esto la maravilla de ser madre se convierte en un reto al que no nos preparan y nos golpea de repente la realidad como un vaso de agua helada.
¿Y qué es esa realidad? Que para ser madre hay que estar aptas emocionalmente, que vamos a asumir la responsabilidad de traer a través de nosotras otro ser vivo, al que hay que amar, educar, enseñar y muchas veces hasta con dolor castigar. Agreguemos las noches en vela que serán la compañía a partir de ahora y que debemos de tener la entereza de saber que a veces no seremos las protagonistas de la vida de nuestros hijos y que a esos hijos debemos aceptarlos tal y cual son desde pequeños hasta que sean adultos y tomen las riendas de su vida y más que cualquier otra cosa, no se nos enseña que nuestros hijos, no nos pertenecen y por lo tanto es nuestro deber ayudarlos a crecer con independencia y personalidad propia para que cuando a ellos les toque un día ser padres, sean un tomo corregido, renovado y mejorado de nosotros mismos.
Sí, ser madre es lo mejor que me ha pasado y ha sido la experiencia dulce… y agria que impulsa mi vida a seguir y que me hace llorar y reír, me hace temer y reflexionar, me motiva a ser yo misma a pesar de entregarle cada día la vida a mi hijo.

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