viernes, 12 de junio de 2009

Aliro Paulino, uno de los robles en el camino



No he vuelto a su casa desde que murió. Quizás por la tendencia de esconderme del dolor de su partida en mi caparazón canceriano. No he vuelto a hablar con su esposa Marianella, mi amiga y buena consejera, a pesar de que pienso en ella constantemente y en cómo se debe sentir.
Para mi Aliro Paulino era un padre, desde pequeña lo veía en mi casa y siempre supe que era el gran amigo de mi papá, con quien compartió innumerables experiencias en el camino de más de 50 años de amistad.
Fue un gran hijo, padre, esposo, amigo. Honorable ciudadano, con vocación política, la de servir, la de mejorar la Nación a través de las acciones. Diplomático por excelencia, debió ser tomado más en cuenta para representar nuestro país en otras naciones. Debió ser tomado más en cuenta simplemente… dibujante, escritor, historiador, masón. Le pasó lo que le pasa a los hombres como él en nuestro admirable país, que por ser tan apegados a la ética y la justicia se les cierra el paso.
Me acostumbré a verlo siempre junto a mi padre, se complementaban; papi era más reservado y Aliro era espontáneo, tenía el arte de narrar las situaciones, veía el lado bueno de todo y salpicaba de humor las tantas anécdotas que atesoraba.
La primera vez que participé en el programa de televisión de papi “Comentarios Sabatinos” lo hice con Aliro, fue algo simbólico, decía mi papá, porque estaba al lado de mis dos figuras paternales. Me preguntó si no me importaba estar al lado de dos viejos robles y yo por supuesto contesté que no, si estaba al lado de dos troncos repletos de sabiduría.
No puedo olvidar ese triste día de octubre 23 del 2006, mi padre estaba ingresado en cuidados intensivos, producto de un derrame cerebral. No eran permitidas las visitas por obvias razones, pero Aliro no era visita, era familia. Estábamos los tres en la habitación, mi padre no podía hablar ni moverse, pero en sus ojos reflejaba todo lo que sentía, Aliro y yo lo sabíamos, lo sentíamos también. Los tres en silencio, con la honda pena de una próxima despedida. Aliro sostuvo la mano de mi padre por horas… los grandes amigos se decían adiós. El día de su muerte, el 5 de noviembre de ese año, Aliro tembloroso quiso decir palabras que no llegaron a nacer, papi ya se había marchado. Y a partir de ese momento me refugié en él, iba a su casa pintada de tantos recuerdos y pasábamos horas rememorando el pasado y siempre, siempre, siempre que nos despedíamos, nos abrazábamos sin poder contener las lágrimas.
Y hoy, también él se fue, Aliro ya no está desde febrero de este año y aún no me lo creo, me he quedado sin mis padres y siento la soledad de esas dos pérdidas.
No he vuelto a su casa ni he hablado con su esposa a quien admiro inmensamente, por ser una mujer de temple, firmeza, carácter y estoicismo. No sabría qué decirle, no podría darle ánimos, porque aún no asimilo que Aliro Paulino ya no está entre nosotros. Sé bien que su alma está en evolución y que está en otro plano de conciencia, sin embargo me hace falta, igual que me hace falta mi padre y me cuesta superar esas dos partidas. Nunca he sido buena en las despedidas.
Envío luz para esas dos almas y oro para que Dios nos de la suficiente fuerza para seguir adelante sin ellos, los robles del camino.
No quiero decirle adiós a Aliro Paulino, quiero decir un hasta luego con todo el amor que le tengo.

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