sábado, 22 de octubre de 2011

Pataletas


Fui una niña tranquila. Cambiaba las Barbies por libros. Me sentaba en una mecedorita todas las tardes a escribir historias fantásticas, que algún día sucederían en la vida real. Al menos, eso pensaba. Recuerdo que mi primer amor fue Alejandro Magno, hasta aquel trágico día en el que me enteré de sus preferencias. Luego, quise ser Madame Bovary, hasta que la profesora de quinto grado de primaria convocó a mis padres, porque yo atentaba contra la moralidad y buenas costumbres de mis compañeras. En mi recorrido histórico, me estacioné en Francia y me declaré admiradora ferviente de Juana de Arco. Luego me mudé a Austria y me instalé con los Habsburgo por María Antonieta. Así pasaron mis años de primaria y secundaria, entre personajes de la Historia.
Juana, María, Emma, Alejandro y tantos otros, alimentaron mi imaginación y me abrieron un mundo dentro de las páginas amarillas de los libros de mi papá.
Uno de mis últimos amores fue Simón Bolívar y yo juraba que era Manuela Saenz. Ya no me queda mucho tiempo para soñar ni para imaginarme historias fantásticas. Ya la vida creció. Pero aún soy capaz de cambiar Barbies por libros.
Se supone que este post sería la descripción de algunas de mis grandes pataletas. No es que surgen con frecuencia, pero reconozco que mis raíces catalanas se cruzan con las criollas de vez en cuando y de cuando en vez. De repente contesté sin querer esa pregunta de cómo soy y esto fue un pequeño extracto. Lo que pasa, es que hace dos días escribí un mail justo en medio de una intensa pataleta y quizás es mi forma de decirle al destinatario que fue solo eso, una pataleta.

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