lunes, 23 de abril de 2012

La más feliz de la bolita del mundo



Los dominicanos somos coloridos, creativos y folklóricos. Estructuramos frases que se convierten en parte de nuestro lenguaje coloquial. Y una de ellas, por cierto muy célebre es la que me describe hoy exactamente: Yo, Karyna, soy la más feliz de la bolita del mundo. Sí, lo soy. Pero primero que todo, tengo que explicar que en la ciudad de Santo Domingo existe una plaza que tiene un monumento de gran tamaño, una especie de obelisco que en su centro tiene el globo terráqueo. Se inauguró en el 1955 para celebrar el 25 aniversario de la ascensión al poder de Rafael Leónidas Trujillo, dentro del marco del evento conocido internacionalmente como “La Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre”. Irónico ¿no? Luego del derrocamiento de la Dictadura, la plaza pasó a llamarse El Centro de los Héroes en honor a los dominicanos que participaron en la expedición de Maimón, Constanza y Estero Hondo. Ese es su nombre oficial. Ahora bien, el que le ha otorgado la lengua dominicana es “Bolita del Mundo”, frecuentada en las noches de calor y humedad caribeña por mujeres y hombres de la “vida alegre”. Por lo que decir: “voy a la Bolita del Mundo” tiene una connotación muy diferente a decir: “Soy la más Feliz de la Bolita del Mundo”. Esta última quiere decir que de todas las personas en el mundo, yo soy la más feliz!
Retomando mi estado de felicidad extrema, resulta que el sábado pasado a las 2:00 PM en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, ocurrió lo que yo denomino como la consumación entre el azar y el destino. Conocí a un ser maravilloso, respetuoso, cálido y de sonrisa franca. El es un personaje interesante, con una sabiduría encantadora, caballeroso y carismático. Es alto como la genuina esperanza, alegre como un día de sol, sincero como deberíamos ser todos y me dio el regalo más hermoso del universo y sus zonas aledañas. Me dio la oportunidad de conocerlo y de considerarlo mi amigo.
Dos fruit punch, un Buchanan en vaso alto y un poco de maní que nos dio tos, adornaron la pequeña mesa. Por espacio de dos horas tratamos de abordar todos los temas pendientes y nos quedamos cortos. Éramos dos desconocidos que perfectamente se conocían.
Y sigo diciendo a viva voz que soy la más feliz de la bolita del mundo, porque mi amigo vino solo por mí. A partir de ese instante, la imagen de la medalla que sobresalía por debajo de su camisa impecablemente blanca, me persigue en sueños. Como si ese encuentro hubiese sido planificado por los de “arriba”. Como si el mensaje fuera que existen aún personas sinceras, desinteresadas y leales, dispuestas a darte su tiempo a cambio de nada.
Mi amigo me ha dado más que su tiempo, por él he crecido y he podido asimilar experiencias y convertirlas en aprendizajes. A base de consejos que viajan on line durante meses ha esculpido de nuevo mi alma, que antes estaba rota y que hoy reboza de gratitud e ilusiones.
Cuando nos despedimos, di gracias a la vida por el regalo sabatino. Estamos escasos de personas así. Compruebo una vez más que en realidad los hilos del destino obedecen a las directrices del azar.
Y por cierto, queda una pregunta sin respuesta...

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