martes, 1 de mayo de 2012

Mi abuelo


Alberto Font-Bernard, mi abuelo, era un hombre ante todo honorable. Fue un importante orador y político, que desempeñó cargos en el gobierno -léase gobierno- de Rafael Leónidas Trujillo. Entre ellos fue gobernador de la provincia de Santo Domingo y delegado de su Junta Superior. Según los documentos de la época, mi abuelo se destacaba por ser un hombre de extraordinaria simpatía, amable y cordial. A la vez, se le reconocía como un orador con voz de látigo de fuego, que encendía las multitudes con sus discursos bien estructurados e improvisados.
Mi abuelo era muy alto y delgado, igual que lo fue mi padre. Era un hombre romántico y apegado a la lealtad y justicia. Cuando el gobierno de Trujillo se quitó la máscara, se desnudó ante la Nación y se dejó ver tal cual era, una dictadura, él se retiró con un enorme pesar. Se sintió engañado, herido y ultrajado. Había trabajado con esfuerzo para constituir un verdadero gobierno. Su deseo era servirle a un presidente no a un tirano que otrora se vistió de ángel nacionalista y que en versad era un ególatra, narcisista y cruel.
Mi abuelo enfermó de dolor. Muchos doctores acudieron a su lecho, buscando la fórmula para que Font-Bernard recobrara su hálito. Decían que sus pulmones no respondían. Pero lo espiritual y emocional se refleja en lo físico. Solo un doctor, recién graduado por cierto pero masón como él, fue capaz de ver más allá de lo visible. Mi abuelo sufría de una enfermedad incurable, la melancolía. Porque se vio relegado de sus deberes políticos porque no comulgaba con el Generalísmo. Se le privó de trabajar para ganar el sustento digno de su familia y se le impidió expresar sus ideales de libertad y honor a una sociedad que ya no podía escucharlo y a un gobierno que ya era un Trujillismo. Irremediablemente la melancolía recorrió sus huesos y cercenó su alma.
El era un hombre evolucionado, con conocimientos espirituales que no lo pudieron aferrar a este plano. Todo lo contrario. El 9 de enero de 1944 partió a las alturas, tranquilo, sereno y dispuesto.
Sus últimos deseos fueron cumplidos y así sus oficios religiosos se hicieron en la Iglesia de San Miguel. Tal y cómo lo dispuso, en silencio total, porque "las almas que parten no necesitan flores ni lágrimas ni gritos de inconformidad, solo necesitan silencio y oraciones henchidas de fe y resignación".
Mi papá, que también partió hace casi seis años, le escribió ese día una poesía, que llevo muy cerca de mi corazón, porque así los tengo a los dos a su vez, cerca de mi, iluminando el camino que me toca transitar en mi breve paso por este plano terrenal.


Mi padre

Fue un hombre bueno. un hombre que llamaba a las cosas por su alma.
En su mirada había una luz sonriente y delicada.
Se perdió en los caminos de este mundo,
y,por vivir, dejó lo que nos salva: el generoso afán, la mano abierta que derrama memorias y esperanzas.
Se quedó solo y puro.
Dueño total de simples cosas mágicas.
Tan libre llegó a ser, que nada precisaba.
Y una tarde partió. Sin darse cuenta, se le durmió el cansancio en la mirada.
En sus ojos cerrados, se abrió con su muerte, su mañana.
Ramón Font-Bernard
9 de enero 1944

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