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No podía dejar pasar este día, sin escribirte algunas líneas y confieso que han sido las más difíciles de escribir para mí, porque en esta ocasión ya no estás físicamente conmigo. Hace ocho meses que tu espíritu se elevó hacia otro plano, en donde ahora te toca evolucionar; saberlo me conforta de alguna manera, pero no te veo, no te escucho y no lo puedo negar, me haces mucha falta.
Recientemente vi una película con la destacada actriz británica Judi Dench y en uno de sus diálogos decía que la mejor forma de honrar a nuestros muertos es simplemente seguir viviendo, y eso he hecho, a veces a duras pruebas y penas; seguir en pie me ha resultado en ocasiones toda una proeza, pero sigo en pie, porque trato de seguir tus pasos y tu legado. Y como dice Gabriel García Márquez “La muerte no llega con la vejez sino con el olvido” ya sabes, nunca morirás para mí, ni para tantas personas que te hemos querido y admirado.
Han sido largos meses para mí desde tu partida, en un segundo la vida cambió y jamás ha vuelto a ser igual, pero no ha pasado ni un solo día en que no piense en ti ni en tus enseñanzas; en ocasiones, evoco en recuerdos y añoranzas nuestras conversaciones vespertinas en la terraza de tu casa, en donde viajábamos a través de la historia universal, deteniéndonos en la realidad dominicana, que tanto te preocupaba. La vida sigue su agitado curso, eso decías, sin embargo desde el 5 de noviembre del 2006, para mi, la vida ha cambiado de curso, veo las cosas sin el filtro protector que me proporcionabas y he pasado por grandes decepciones, algunas personas no son lo que esperaba. Según Mario Benedetti, todos en la mañana, nos vestimos con una máscara, unos más que otros; y te cuento, que he descubierto el material áspero y frívolo de algunas de esas máscaras que aparentan amabilidad, sin embargo han sido hechas por medio de la hostilidad. Se han caído algunos altares, muchas personas asemejan a Pilatos, otras, han sido peores, escudándose en tu amistad, han llegado a la misma puerta de la traición, pero como no todo es farsa en la farsa, como uno de tus escritores favoritos, Jacinto Benavente sostiene, en el camino he encontrado grandes manos que han extendido su apoyo incondicional sin que los “intereses creados” se interpongan en el trayecto.
Me he esmerado en seguir tus pasos, siempre viviste ligero de equipaje, con más alma que cuerpo y henchido de recuerdos y buenos deseos. Así quiero yo vivir, doblándome como el trigo frente a los inquietantes vientos, pero manteniendo la dignidad como un roble. Así eras tú y así me enseñaste que fuera. A pesar de que toda tu descendencia no comulga el mismo postulado, quiero que sepas que sembraste en mí las semillas de la integridad, el respeto y el valor por la vida y que es lo mismo que le trasmito a mi hijo en honor a ti. Decías que la dignidad no es como el ave fénix que renace de sus cenizas, “la dignidad una vez manchada de oprobio, queda sepultada por siempre”. Por eso me esfuerzo en llevar adelante nuestro apellido, con la misma integridad que lo hiciste tu, mirando hacia el horizonte y sin distraerme en nimiedades, aún provengan de los más cercanos.
Atesoro tu herencia, que no es más que el amor por la lectura, el respeto por todas las letras que puedan nacer de mis manos y la ilusión por los sueños pendientes de cumplir. Seguiré tu ejemplo de ser un padre incondicional, presente en todo momento ante las situaciones. Y le inculcaré a mi hijo, lo que en su momento me decías, que la constancia, el esfuerzo y el tesón, son las cualidades del éxito, que la felicidad es un sentimiento mucho más sencillo de lo que pensamos y mucho más efímero de lo que podríamos medir, por lo tanto los momentos que Dios nos regala, son pequeños grandes tesoros, que se anidan en el alma, para luego evocarlos en recuerdos. Entendías que la educación era la piedra angular del desarrollo y que todos sin excepción tenemos derecho intrínseco a ella y esperabas a que algún día seamos una nación soberana y verdaderamente floreciente.
Porque es derecho de todos los seres humanos aprender y “llegar a ser divinos a través del conocimiento”, como afirma Brian Weiss, ya que gracias a ese conocimiento nos acercamos a Dios y solo entonces podemos descansar. Por eso sé que estás bien, porque hasta el último hálito de vida fuiste sencillo, sin pretensiones, ávido de aprender y al mismo tiempo, ávido de traspasar lo que sabías y cuando llegó tu día, te elevaste en paz y lleno de amor, que es el punto en el que se basa todo el equilibrio. Aquel domingo en el que partiste, en tus ojos lo vi, que te despedías de mí, sabiendo que me dejabas en buenas manos y que tu alma y espíritu, lo único que perdura en realidad, siempre estarían a mi lado. Elegiste tu día, porque supiste que conseguiste aquello a lo que te enviaron aquí, iluminación divina y sé que llegará el momento en el que nos reencontremos de nuevo. Por lo tanto no es un adiós lo que te digo, sino un hasta ese día, bajo la Gracia Divina, de Manera Perfecta y en Armonía para Todo el Mundo en el que nos reencontremos los dos para evolucionar.
Termino estas líneas, transcribiendo lo que decía el escritor de Cien Años de Soledad “Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma”.
Publicada en el periódico Hoy29 de julio de 2007