domingo, 16 de diciembre de 2012

“Domingo Ball”


Los domingos huelen a domingo. Se me antoja que ese día de la semana es color púrpura y huele a paz, tranquilidad y a una que otra parrillada de un vecino. Hoy ha sido un “domingo ball”. Sí, hasta esta tarde no tenía archivada esa frase, pero me dijo un amigo que significa –en su caso- estar todo el domingo sentado, viendo fútbol, escuchando la radio y ”eventualmente cocinar algo rico”. Eso dijo él. Y, entonces yo, pues extrapolo la frase a mi mundo karyniano en este domingo en el que no he hecho nada, pero que sin embargo, he hecho mucho. Después de dar de comer a Manuel (misión que ya ni siquiera es imposible, es interminable…), de apapuchar a mi gato que sufre de una especie de dependencia y trastorno de personalidad, de cortarle las uñas a Ceci, mi chihuahua nerviosa y depresiva, y de limpiar la piscina de mi tortuga Clara, de quien francamente estoy por pensar que no le importa absolutamente nada, salvo que le de comer... el día ha transcurrido sin hacer simplemente nada. He estado tumbada en mi sofá, alimentando mi Itunes, ojeando decretos metafísicos, sacando conclusiones sentimentales que posiblemente estén erradas y tomando Bayleys de caramelo. Es decir, este domingo ha sido un “domingo ball”. No he hecho mucho, pero siento que he repasado muchas experiencias en mi mente, como si fuera un carrusel, estoy casi mareada, aunque puede ser por el Bayleys y no por las experiencias o, todo lo contrario.

Siento, también, la paz de mi hogar y el sobresalto de los ocasionales gritos de Manuel por la nueva cinta de Xbox. Siento la plenitud de tener tranquila la conciencia, siento la picardía de lo que hice el viernes pasado y siento el temor de lo que pueda pasar en 2013.

Veo hacia la ventana y el cielo está pintado con colores rosas, grises (sin llegar a 50 tonalidades) y azules degradados. Hermosa estampa para mis ojos. Percibo el olor... el olor del domingo, de las parrilladas, de las familias que van a misa, de las parejas que enfilan hacia el cine y mi olor, el de la nostalgia y las tímidas lágrimas porque hoy no veré a mi padre, ni me sentaré en sus piernas flacas mientras escuchamos al Trío Los Matamoros, como solíamos hacer cada tarde dominguera, previo a comprar los pastelitos de Amparo.  Su ausencia duele más conforme pasan los años. Valoramos más a nuestros seres amados según pasa el tiempo, es el imposible olvido como dice Antonio Gala.

Muevo mi cabeza, como para que ese sentimiento álgido de ausencia paternal se sacuda y, pienso en nimiedades… en las libras que he logrado rebajar, en las uñas de las manos que me han crecido, en las mechas rubias que me he hecho recientemente, en mi último descubrimiento… sí, me gusta la bebida Red Bull, aunque confieso que no he sentido alas y que esa publicidad me resulta poco efectiva dicho sea de paso, y, en una que otra pulsación de mi corazón cuando se contenta rememorando viajes recientes a Constanza y zonas aledañas.

Brindo por la vida con mi Bayleys casi congelado, brindo por lo que viene que siempre, según la canción, es lo mejor –“the best it´s yet to come”-, brindo por el 2012, que gracias a Dios casi se termina y, brindo por cada enseñanza, por más dolorosa que haya sido, que este año me regaló. Brindo por mis grandes amigos, a quienes adoro y quienes siempre han estado allí, justo allí, cuando más los he necesitado. Brindo por mi hijo, el regalo más grandioso e increíble que hace 11 años Dios me dio y brindo por este domingo ball, que sin hacer nada, queriendo hacer mucho y en completa soledad, queriendo estar con alguien, ha sido exquisitamente favorable para mi alma.





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