Las coincidencias no son
coincidencias, porque no existen. Todo tiene un propósito y, usualmente, lo descubrimos
cuando dejamos de buscarlo. No sé por qué pasé dos noches mirando la noche de
Santo Domingo, hablando de temas tan variopintos como productos lácteos y
relaciones de pareja.
Pero sé que la sensación de
bienestar y de empatía eventualmente conducirá a algo importante. Ver a mi
interlocutor me hacía verme a mí misma. Saber
un poco de su historia fue escuchar la mía. Despedirme fue despedirme de la ilusión y
hacer el ejercicio del desapego para empezar a fluir.
Haber compartido con él me provocó la gratitud que debe ser el
sentimiento presente en nuestro amanecer.
De vez en cuando la vida te
empuja fuera de la cotidianidad y te salpica con chispas de esperanzas, grandes
esperanzas que caben en el puño de un niño recién nacido.
Adelante vida, sorprendenos otra
vez.
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