jueves, 11 de abril de 2013

Huevos estrellados



En las alturas mágicodivinas de Constanza, la tarde que empezaba a ser mi aliada, de repente se esfumó y, sin percatarme, la noche oscura me dejó sin palabras que pronunciar. Al parecer, como si fuera un acto piadoso, la misma noche, que hacía meses se mecía en mis hombros, dejó al menos que tuviera la facultad de escribir las palabras que no podía decir.
El clima, tan sublime, acariciaba mi piel sutilmente. La montaña inmensa miraba hacia mi ventana parcialmente abierta, me invitó a admirarla y, con ello, me salpicó de recuerdos que no recuerdo cuándo había guardado en el rincón de mis recuerdos.
Para zarandearme de ellos, salí hacia la nada, hacia el todo, hacia el bosque, y caminé descalza para que mis pies sintieran la tierra húmeda y firme que me hacía volver al presente.
Y volver al presente, con un halo del pasado, me dio hambre de huevos estrellados. !Quería huevos estrellados! Deseo que no se cumpliría, porque nunca aprendí a hacerlos. Soy muy buena –modestia aparte- en el arte culinario, pero por más que me explicaron un día, en “aquellos tiempos”, no di nunca con el punto clave para prepararlos.
Recordé la primera vez que los comí. Recordé risas, una cocina iluminada y unas toallas con iniciales tejidas. Recordé la mezcla de olores…papas que se freían en aceite de oliva extra virgen y una vela de vainilla, cuya mecha bailaba al ritmo de Phil Collins Live y su canción “Take me home”.
Recordé el sonido hueco de una cáscara de huevo que accidentalmente cayó al suelo y el movimiento giratorio del taburete en el que estaba sentada, como fiel espectadora y pésima aprendiz.
El cuchillo hizo un corte incisivo en la chistorra y la sartén de teflón ya anunciaba que era el momento de remover con delicadeza los huevos fritos.
Todos los ingredientes puestos estéticamente en el plato y la historia de cómo esa receta, había alimentado a los españoles durante una época difícil, bueno, quizás menos difícil que la actual, fueron la introducción para estrellar los huevos. Porque en realidad, al comerlos, es que los estrellamos.
Recuerdo que pregunté si la traducción en inglés no sería algo así como “crash eggs”, pero no, nunca, se exigió un respeto muy español, casi remontado a la época colonial para el nombre. Se dice “huevos estrellados”. Pero eso fue en aquellos tiempos y ya pasaron, como los preceptos del Antiguo Testamento, que con el nacimiento de Jesús, todo cambió y empezó el año 1, como un día 1 inició la etapa de “aquellos tiempos” y otro día 1 se terminó.
No conseguí nada parecido a aquella delicia gastronómica en los alrededores del hotel que me acogía en Constanza. Seguí caminando descalza, encima de la tierra húmeda que, como un salto cuántico, me devolvía al presente. Por el caminito estrecho de piedras, volví a mi habitación, la misma con la ventana semi abierta y por la cual aquella montaña grande me miraba. ¿Qué me quería decir? ¿Tendría alguna explicación para mí?
El soplo del sueño me masajeó los párpados y me indujo al mismo sueño. Despertaría en estos tiempos, en los cuales no hay “huevos estrellados”, tampoco palabras que me expliquen cómo hacerlos.



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