Si, las señales… Bueno es que nunca he sido buena “captándolas” a nivel
general. Me percaté de esta situación uno de esos días de primavera, poco antes
de cumplir los nueve años; usualmente confundía los “sis” con los “nos”
implícitos y tácitos. Que si era por la izquierda, enfilaba por la derecha, que
si en vez de subir, bajaba y así sucesivamente. Luego, vinieron aspectos más
profundos como que el que me amaba, posiblemente no moría por mí y el que me ignoraba,
seguramente me hubiese dado los brazos y un riñón. O bien, la abnegada amiga no
era más que una calabaza disfrazada de carruaje casi rozando la medianoche. Y
aquella distante mortal, era la más sincera y leal compañera.
Mea Culpa, no soy buena con las señales y por eso, con el pasar de mi
calendario, traté de ver con cuatro ojos y medio, y de percibir con 9 sentidos
las intenciones y reacciones de los demás. En el proceso, confieso que he
fallado más de lo que pude triunfar, altares caídos por doquier, direcciones
erradas, confusión, desilusión, un poco de agonía con un mix de drama. Inmenso
aprendizaje sin tutorial.
Cuando pensé que era un caso perdido, con mis 7 chacras a ras del suelo
y un aviso en la frente de “cerrado por mantenimiento”, la magia que me iluminó sobre estas hierbas empezó a
florecer –¿quién lo hubiese pensado?- quizás como siempre lo hizo, solo que
hasta que la esponja no esta en actitud de absorber, probablemente desparrame
el líquido que le cae. Si no estamos abiertos a las experiencias, no podemos
ver lo que de ellas surge, nace, vive, resiste o muere.
Un día cualquiera de un mes de agosto cualquiera en el fin del mundo, con el plexo solar hundido y el
corazón henchido de sentimientos encontrados, caminé, caminé, caminé y en el
trayecto, la lluvia que no llegó a mojarme, me acarició. En la ruta entré al pequeño restaurante de la esquina, ese que
nunca vi antes y el chiquillo simpático, me guiñó el ojo al entregarme la
galleta de la fortuna con el mensaje adecuado, acertado y contundente. Sentada
en el banco, esperando no sé qué ni a quién, escuché palabras que como dardos
impactaron justo en el blanco. El vídeo en Youtube que casualmente se coló en
mi lista y que ahora es mi statement cada noche o la frase en Twitter que
trasciende cualquier aparente realidad… cada palabra, gesto, sonido últimamente
tiene sentido exacto para mí.
Las señales… siempre están allí. Y eso aprendí. Nosotros muchas veces no
las queremos asimilar en su justa medida. Una corazonada, una voz sin género,
una punzada en el estómago… están allí, sin sorpresas después de todo. Creo que
en el fondo sabemos, lo sabemos. Poco es sorpresa
en este mundo ancho y ajeno. El tiempo agudiza los sentidos, moldea las
percepciones y esculpe la intuición.
Comienzo a decodificar las encriptaciones. Es posible que mi despiste
persista en el tiempo y el espacio hasta que mi cuerpo desencarne de este
plano, pero las señales, las señales ya las puedo captar, entender y hasta
anotar.
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