jueves, 20 de agosto de 2015

Señales


Si, las señales… Bueno es que nunca he sido buena “captándolas” a nivel general. Me percaté de esta situación uno de esos días de primavera, poco antes de cumplir los nueve años;  usualmente confundía los “sis” con los “nos” implícitos y tácitos. Que si era por la izquierda, enfilaba por la derecha, que si en vez de subir, bajaba y así sucesivamente. Luego, vinieron aspectos más profundos como que el que me amaba, posiblemente no moría por mí y el que me ignoraba, seguramente me hubiese dado los brazos y un riñón. O bien, la abnegada amiga no era más que una calabaza disfrazada de carruaje casi rozando la medianoche. Y aquella distante mortal, era la más sincera y leal compañera.
Mea Culpa, no soy buena con las señales y por eso, con el pasar de mi calendario, traté de ver con cuatro ojos y medio, y de percibir con 9 sentidos las intenciones y reacciones de los demás. En el proceso, confieso que he fallado más de lo que pude triunfar, altares caídos por doquier, direcciones erradas, confusión, desilusión, un poco de agonía con un mix de drama. Inmenso aprendizaje sin tutorial.
Cuando pensé que era un caso perdido, con mis 7 chacras a ras del suelo y un aviso en la frente de “cerrado por mantenimiento”, la magia que me iluminó sobre estas hierbas empezó a florecer –¿quién lo hubiese pensado?- quizás como siempre lo hizo, solo que hasta que la esponja no esta en actitud de absorber, probablemente desparrame el líquido que le cae. Si no estamos abiertos a las experiencias, no podemos ver lo que de ellas surge, nace, vive, resiste o muere.
Un día cualquiera de un mes de agosto cualquiera en el fin del mundo, con el plexo solar hundido y el corazón henchido de sentimientos encontrados, caminé, caminé, caminé y en el trayecto, la lluvia que no llegó a mojarme, me acarició. En la ruta entré  al pequeño restaurante de la esquina, ese que nunca vi antes y el chiquillo simpático, me guiñó el ojo al entregarme la galleta de la fortuna con el mensaje adecuado, acertado y contundente. Sentada en el banco, esperando no sé qué ni a quién, escuché palabras que como dardos impactaron justo en el blanco. El vídeo en Youtube que casualmente se coló en mi lista y que ahora es mi statement cada noche o la frase en Twitter que trasciende cualquier aparente realidad… cada palabra, gesto, sonido últimamente tiene sentido exacto para mí.
Las señales… siempre están allí. Y eso aprendí. Nosotros muchas veces no las queremos asimilar en su justa medida. Una corazonada, una voz sin género, una punzada en el estómago… están allí, sin sorpresas después de todo. Creo que en el fondo sabemos, lo sabemos. Poco es sorpresa en este mundo ancho y ajeno. El tiempo agudiza los sentidos, moldea las percepciones y esculpe la intuición.
Comienzo a decodificar las encriptaciones. Es posible que mi despiste persista en el tiempo y el espacio hasta que mi cuerpo desencarne de este plano, pero las señales, las señales ya las puedo captar, entender y hasta anotar.