Podemos huir de muchas
circunstancias pero nunca escaparemos de nosotros mismos. Hay personas que se
pasan la vida de un lugar a otro, de un amor a otro, de un oficio a otro. Son
seres que nunca están solos, porque no soportan su propia sombra. El ruido en
sus cabezas es perpetuo, porque el camino para el silencio es el de retorno
hacia ellos mismos, y enfrentar aquello, es lo que les provoca precisamente
huir ruidosamente hacia le vida.Esas personas suelen ser peligrosamente
atractivas, porque tienen ese yo no sé qué es, que envuelve,
cautiva, desequilibra y allí vamos nosotros, el "otro tipo de
personas", cuando hacemos el contacto con las otras, las del yo no
sé qué es, que resulta que sabemos què es. Enfilamos como ratoncitos
encantados por el Flautista de Hamelin directo hacia el Weser. Ciegos, sordos,
mudos, incapaces de ver esas banderas rojas que a cada paso nuestro, se
muestran erguidas para que las tomemos en cuenta. En vano, todo es en vano.
Caemos profundo en el hueco del engaño. Solo cuando es ya demasiado tarde o
cuando estamos listos para recibir el diploma de la lección, bailamos la danza
de las consecuencias. Y, las consecuencias, abren la segunda etapa del
aprendizaje, ese que nos lleva al cierre o clousure tan necesario para sanar,
perdonar y seguir adelante.El alumno está listo, se acerca el maestro…
Esto es cuando ya no tenemos
miedo de ver hacia atrás, cuando no negamos lo que pasó, cuando dejamos de
culpar al mundo y somos capaces de interiorizar que todo tiene un propósito,
aun no sepamos cuál es. Pero nos sentamos sin prisa, en paz y sin perturbarnos,
levantamos los ojos para mirar el presente y el futuro. Sabemos por qué pasó,
entendemos el mensaje y damos gracias por lo vivido. Bendecimos la flauta,
bendecimos al flautista, salimos del Weser, finalmente. Dejamos de huir de
nosotros mismos, porque nunca fue la intención, nosotros, no somos
aquellos. Nos envolvemos en el silencio.
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