sábado, 3 de noviembre de 2012

Adivinar el futuro en la antigüedad, respetable oficio


Las prácticas adivinatorias desde tiempos inmemorables han caminado de mano del hombre, por el simple hecho, quizás, de que no quiere sentirse solo.
Según Cicerón, existe una antigua creencia que se remonta a los tiempos heróicos y que se ve confirmada por el consentimiento del pueblo romano y de todas las naciones. Se trata de que algunas personas están dotadas de una cierta facultad de adivinación. Sin embargo, Crisipo concedía un cierto matiz diferente a esta cualidad en su definición; para él, la adivinación era una facultad que conoce, ve y explica los signos que son ofrecidos a los hombres por los dioses.
Por tanto según Cicerón, el hombre adivinador sería un simple sujeto pasivo, a través del cual los dioses adivinarían el futuro, mientras que para Crisipo sería la inteligencia, el arte del ser humano, aquello que permitiría descubrir la voluntad de los dioses.

Grecia y Roma aportan la Mitología y todo ese catálogo de dioses y semidioses que van exhibiendo sus poderes a través hazañas con los mortales. Así se empieza a hablar de adivinos, de pitonisas…. Así es que Delfos entra en la película como protagonista y su oráculo se convierte en uno de los más nombrados históricamente.

En palabras de a centavos, Oráculo significa aquella profecía recibida de un ser superior por mediación de un humano. En el caso de Delfos, una pitonisa. También se le llamaba a los templos o lugar de predicción.

El auge del Oráculo de Delfos fue tan grande que se debió a aumentar el número de pitonisas, y poco a poco se convirtió en el centro religioso y casi político del pueblo Heleno. No se emprendía ni una sola guerra sin que la pitonisa hubiese emitido antes su opinión al respecto. Su crédito se extendía más allá de la Grecia, hacia todos los pueblos mediterráneos, inclusive algunos estudiosos aseguran que Roma y parte de los pueblos bárbaros consultaron una que otra vez a Delfos.

Junto al Delfos, hubo en Grecia otros veinte oráculos de Apolo, así como otros de Zeus en Olimpia, Dodona y Libia. A estos había que añadir otros facilitados por la lista de dioses y semidioses que predecían según su especialidad.

Si hablamos de adivinación es indudable la importancia que siempre se le ha otorgado a su interpretación. Con seguridad a todos nos ha parecido una que otra vez haber estado en ese específico lugar, lo hemos visto tal y cual es en nuestros sueños, pero estamos conscientes de que nunca hemos estado en él, al menos no físicamente, el enigmático deja vú...

En las civilizaciones antiguas, aparecen anécdotas que nos dan una idea de esta importancia concedida a la interpretación de los sueños: La Biblia nos habla de José que llegó a hombre de importancia del faraón por haberle revelado acertadamente el significado de sus sueños; Alejandro Magno gracias a un aviso onírico, se salvó de ser asesinado; en Homero un dios se aparece en sueños a Agamenón y le sugiere atacar a los troyanos prometiéndole la victoria. Menos conocida es la actitud de Nabucodonosor, que encolerizado porque no supieron interpretar sus sueños, mandó a dar muerte a los adivinos de la corte.

También la escolástica y en concreto Santo Tomas de Aquino, aceptaba un tipo determinado de sueños proféticos que consideraba enviados por Dios. En el Nuevo Testamento se citan algunos sueños también, como el de San José, quien desistió de rechazar a María cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo que no temiera recibirla por esposa, ya que lo concebido por ella es obra del Espíritu Santo. Un nuevo sueño le alertaría del peligro de la matanza que decretó el rey Herodes.

Y si hablamos de sueños, se hace imprescindible mencionar unos muy discutidos y analizados por siglos, se trata de los sueños del médico y astrólogo francés Nostradamus o Michel de Nostredame,  publicó en 1555 una colección de profecías y hoy día famosas “Centurias Astrológicas”, escritas en cuartetos rimados y en lenguaje ambiguo. Se describen en ellas acontecimientos ocurridos desde mediados del siglo XVI, hasta el presunto fin del mundo en el 3797 d. C.

 
En lo menos que podríamos pensar al ver un gallo es en la adivinación, pero como todo es posible, existe la denominada alectomacia o adivinación por medio de esta ave. El infortunado animal se situaba en medio de un círculo dividido en veinte y cuatro compartimientos. En cada uno de ellos figuraba una letra del alfabeto, y mediante el orden en que el gallo picoteaba las casilla, se obtenía un pronóstico que en algunos casos, sirvió para alentar grandes empresas, como lo fue el caso de Teodosio el grande a quien se predijo se adueñaría de un imperio.

La interpretación del plomo derretido fue también una táctica muy difundida; dejando que el plomo cayera sobre una mesa, o en un recipiente con agua, las formas que se describía eran interpretadas por el adivino como buenos o malos presagios.

En la Edad Media era también muy común que cuando alguien era sospechoso de delito, se escribiera su nombre en un papel que se enrollaba en una llave. Atada ésta a una Biblia que sostenía una joven - nos imaginamos que casta y pura -, el sospechoso hablaba y si la llave giraba se le declaraba culpable, lo cual parece una burla a la objetividad como tantas otras cosas pasadas y presentes.

En síntesis podemos afirmar que la naturaleza humana tiene una esencia básica que es la esperanza, esperamos lo bueno, pero le tememos al futuro y por esta razón a través de los siglos hemos buscado las formas de saber o tener una idea de lo que el mañana nos depara.
De todas formas las prácticas adivinatorias desde tiempos inmemorables han caminado de mano del hombre por el simple hecho quizás de que no quiere sentirse solo en el mundo.





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