martes, 10 de enero de 2012

José




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Cuando yo nací, el tenía una vida definida, con metas trazadas y horizontes fijos. Tenía más de veinte años y yo era “algo” pequeño que no estaba planificado, moviéndose en sus manos. Sin embargo, entre los dos surgió amor a primera vista. José, mi hermano mayor, fue quién delineó mis primeros años y es mi mentor en cuanto a la música y la ironía. Recuerdo que él para mí era una especie de héroe con grandes lentes y bigotes. Una persona que se despertaba y se acostaba escuchando diferentes ritmos y con una actitud positiva. Y, en lo que se refiere a ritmos musicales precisamente, fue en lo que más ejerció su influencia. Si hoy amo el jazz y el blues, fue por él. En las tardes, cuando vivíamos en la casa familiar, José con sumo cuidado ponía la aguja sobre el disco de pasta y me decía el curriculum de quien escuchábamos. Así conocí a Billie Holiday, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald y a Etta James, entre otros grandes. Así me enamoré de Frankie Valli and the Four Seasons y su canción “Big girls don´t cry”. Yo le decía, ponla otra vez, ponla otra vez!!!
Mi enciclopedia musical se extendió y diversificó, de vez en cuando escuchábamos a La Lupe, Olga Guillot, Esther Borja y a Omara Portuondo. Me aprendí los principales intérpretes de Motown Records y a saborear la música de Smokey Robinson, The Supremes y Marvin Gaye.
A veces, salíamos a pasear en ese Santo Domingo de colores pálidos que recuerdo en mi mente y me hablaba sobre la importancia de afinar el oído musical, de saber bailar y de hablar con buena ironía. Hoy puedo llevar a cabo estas tres tareas.
Cuando empacó sus maletas, hace más de 30 años y se fue a Nueva York, una parte del equilibrio de mi existencia se rompió inevitablemente. Tres décadas después entiendo que fue el paso correcto que debió dar. Que tuvo arrojo, fortaleza y temple para emigrar de esta media isla y echar raíces en otro lugar, en donde no era un nombre o un apellido, era un latino más.
Cuando se mudó a Atlanta, Georgia, en donde reside actualmente, ya era inevitable, José nunca más viviría en Santo Domingo ni sus zonas aledañas. Se hizo a pulso en un país extranjero y todo lo que ha ganado, especialmente afectos, ha sido fruto de su esfuerzo.
Mi hermano me enseñó a amar la música, a bailar con ritmo y a decir ironías. Si. Pero también me enseñó que una de las mejores virtudes de los seres humanos es la transparencia, la autenticidad y el poder vivir de acuerdo a la verdad particular de cada cual.
Estuvimos reunidos esta Navidad en su casa y pude notar nuevamente que José es un ser especial, visionario, demasiado adelantado para estos predios. Que disfruta cada minuto de su vida con sencillez y que es muy querido por personas buenas y sinceras. Entre canciones de Lucecita Benítez, le dije con la mayor franqueza, "José, no mires hacia atrás, quédate donde estás y sigue cómo vas".
El último día en Atlanta fue particularmente frío, sentía que los dedos de las manos se me encogían, pero en realidad lo que se me encogía era el corazón, porque despedirme de una de las personas que más amo fue demasiado doloroso. A pesar de que nunca hemos vivido en un mismo país por tiempos prolongados y de la diferencia generacional, cada año que pasa siento que voy necesitando estar más cerca de Josè. Màs cerca de quienes amo, de mi familia. No importa el número de veces que le diga adiós a José en el gigantesto aeropuerto de Atlanta, siempre se me queda una parte de mi corazón en sus manos. El se despide desde lejos, se hace el fuerte, pero yo sé que llora también.
PS: Querido hermano, te quiero y estoy orgullosa de ti, “they can´t take that away from me”, como diría Ella y Louis.

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