domingo, 11 de diciembre de 2011

¿Por qué no? Es Navidad


Cuando era pequeñita, la cita obligada entre mi mamá y yo desde noviembre, era ir a ver el Santa Claus de la tienda La Margarita en El Conde, todos los domingos. Recuerdo perfectamente cómo me quedaba extasiada viendo ese señor mayor, bien grande, con cara de buena gente, cachetes rosados, barba larga y blanquísima, moviendo sus brazos y diciendo HO HO HO!!!
El deber, sí, el deber de los niños era llevarle las cartitas con las peticiones de juguetes que se esperaban recibir el 25 de diciembre, siempre y cuando, se hubiesen portado bien durante el año.
Entre mis múltiples preocupaciones comprendidas entre mi primer año hasta los 8, nunca estuvo la de si me porté bien o mal. Era una niña demasiado tranquila y mi único pecado era ser quisquillosa con la comida (aún lo soy). Por lo tanto, yo estaba segura que mi lista de juguetes para Santa Claus –que no era tan extensa para ser sincera-,se procesaría de inmediato y recibiría lo que pedía con exactitud. Mi madre, también sabía que yo estaba muy confiada, por las razones expuestas anteriormente, así que ella, digamos que insistía con Santa, para que no hubiese equivocación con mi lista. Estaba en la "lista VIP", de la de los niños que se portaban bien.
No puedo describir con palabras esa mágica sensación de esperar el gran día, 25 de diciembre. En mi casa teníamos todo un ritual; en el arbolito le dejábamos galleticas dulces y refrescos a Santa. Más tarde, mi papá inició la tradición de dejarle un vasito de whisky porque el pobre, decía, "es mucho lo que tiene que recorrer en una sola noche, démosle un aliciente". Así se hacía. En el patio se les dejaba agua a los renos y dulces a los ayudantes de Santa. Esa noche, no dormía o al menos, dormía menos y por la mañana, allí estaban mis regalos, los que me gané con mi comportamiento impoluto durante todo un año. Era un día de fiesta para mí.
Cuando crecí, mi padre me dijo en una ocasión, que pensara que ese "día mágico y de fiesta para mí", era un día triste para muchos niños, que lamentablemente no podían darse el lujo de una ilusión. Entonces decidí hacer aportes en Navidad a niños que no tuvieron la dicha que yo tuve. Como ir a ver el Santa de La Margarita, escribirle una carta de peticiones y dar por seguro que recibirían sus juguetes.
Tengo mis criterios, mis cuestionamientos, mis decisiones sobre esta temporada, aún así y pese a ellos, enciendo luces multicolor en mi casa, decoro mi árbol artificial lo mejor que mi escasa creatividad me permite. Salgo por las calles con mi hijo a admirar las bellas decoraciones navideñas de los edificios, parques y casas, y por supuesto, escuchamos villancicos. ¿Por qué no? Es Navidad. La vida tiene escases de ilusiones, no vale la pena rechazar esta, mucho menos, arremeter en contra de ella.
Siento que Santa es un personaje fabuloso y simpático, que vive en un lugar formidable, que tiene un matrimonio muy estable y duradero, dicho sea de paso, que logró hacer que su industria de juguetes funcionara y se adaptara a los nuevos tiempos y que su sistema de distribución es perfecto.
Esta temporada está llena de buenas vibraciones y las aprovecho. Es propicia para hacer buenas acciones por los demás, analizar nuestro interior, fijarnos metas positivas, ser más auténticos, perdir perdón y, perdonar. Es el tiempo de mejorar nuestra vida.
Hoy, mi hijo y yo nos hemos despertado con las canciones de Navidad de Michael Bublé. Y honestamente la casa esta feliz, es Navidad.

1 comentario:

  1. No sé si llamarle articulo o reflexión, mejor artículo, porque esa palabra, reflexión, la usa últimamente un tirano, para escribir unas estupideces que dan grima. Me gusto mucho este artículo. Te refieres a una época del año muy especial. Que si bien se ha convertido en un gran negocio, no es menos cierto que llena de ilusión y esperanzas a chicos y grandes. Yo, aunque parezca mentira fui víctima de un Grinch that stole Chrismas, como en la película. Pues sí, nací en un país donde arbitrariamente esa celebración fue prohibida por sus gobernantes. Les debo a Carmita y a Miguel, mis padres, el haber mantenido esa tradición contra viento y marea. Padecí por un tiempo cierta apatía, por recordarme esa fecha la muerte de mi Padre, lentamente fui recuperando el gusto y el disfrute por esa bella época del año. El nacimiento de mis hijos fue el hecho que mas influencio en ese cambio. Hoy me contagio con las celebraciones, las canciones y ese ambiente festivo que llena de color de luz ciudades enteras. Mantengo tradiciones, como la de azar un lechón el 24 rodeado de familiares y amigos, ver el día 25 a mis hijos abrir sus regalos llenos de emoción y jubilo. Trato de ser justo y respetar otras decisiones y gustos, no todos estamos obligados a compartir felicidades y mantener tradiciones. Pero algo que considero un logro, es que no le di la razón ni el gusto a los que de pequeño, intentaron como un Grinch robarme la Navidad, por ellos y por sus víctimas, que son muchas, también brindo el día 25.

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