domingo, 21 de septiembre de 2014

Bitter Sweet Symphony


Me despertó la primavera esta mañana. Por estos mundos, hoy inicia esa estación de flores, colores, suaves olores y comienzos después del áspero invierno. 
Tengo más de una semana en Chile, aún estoy con un pie en Santo Domingo de Guzmán y otro, aquí, en Santiago. Siento como el frío empieza a ceder y mis dedos ya no parecen que se van a desprender de mis manos.  Inicio una vida nueva, de grandes retos, expectativas y metas. Los cambios suelen suceder con relativa rapidez, así fue el mío, que pasé de una realidad a otra en poco tiempo. Camino por aceras, miro hacia los enormes edificios, veo los rostros de personas, bajo al metro y me aprendo las estaciones, escucho desde mi oficina los pajaritos, estoy rodeada de enormes árboles que asemejan a guardianes. Siento libertad pero la memoria a veces, no deja que seas libre.

Dulce, el futuro se me antoja dulce, porque es como un papel en blanco y, tengo autoridad de escribir de ahora en adelante, cada episodio del guión.

De vez en cuando y de cuando en vez, se me agita el pensamiento por los recuerdos de todo lo que dejé atrás. Nada material me importa, de hecho, se siente una especie de liberación ir ligera de todo, empezar desde el primer escalón. Pero los afectos, esos si los tengo como un vacío enorme en el plexo solar. Las risas de mis amigos, los abrazos de mis compañeros de trabajo, las lágrimas de mi madre al decir adiós y la mirada de incertidumbre de mi hijo cuando me vio partir. 


La vida es dulcemente amarga en algunas etapas. Soltamos lo que más queremos por la esperanza de un porvenir que tenemos que crear. Dejamos lo que más queremos porque donde estuvimos ya no es nuestro lugar. Soltamos lo que más queremos, porque es tiempo de seguir adelante por un camino que no conocemos, pero que es la única opción por el momento. ¿Hasta cuándo? No lo sé. Dejamos todo lo que queremos y tenemos, porque a fin de cuentas, no tenemos lo que queremos, y, eso que queremos no se mide, no se pesa, se siente y se vive. No lo tenemos y renunciamos, izamos las velas, enfilamos hacia otro lugar...con la esperanza en pijamas.

El dulce sabor de un futuro prometedor seduce. El amargo sabor de un pasado que aún no pasa entristece. Hay personajes que tienen diálogos escuetos y solo participan en pocas escenas. Otros, se adhieren a tu presente, su papel es de los importantes, de los que dejan huellas. Por fin, llegan los que están siempre en tu vida y serán parte de tu futuro, los protagonistas de la historia desde la página 1 hasta el the end. Cierro los ojos para encontrarme con los de mi hijo y el alma de mi padre.


Y de todo lo que dejé, lo único inverosímil fue un beso fugaz que nació sin buscarlo, de esos que no conducen ni al principio ni al final de esta historia. De esos que no significan nada para unos, para otros, un placentero descubrimiento. Ese beso es parte de la dulzura amarga que caracteriza la vida, del bitter sweet symphony que toca ahora escuchar, probablemente olvidar. 

Pero no, a pesar de la soportable insoportable fugacidad de aquel beso, o bien, lo admito, de aquellos besos, en aquel escenario escondido, como si hubiese sido escogido por un Tennessee Williams moderno y un tanto decadente, escojo recordarlos, porque nacieron y murieron, porque forman parte, repito, de eso que llamo la dulzura amarga de la vida.  los recuerdo, me hacen sonreír, sonrojar, cerrar los ojos y pensar con un poco de suspicacia... ¿Quién lo hubiera imaginado? ¿Quizás es que nunca pasaron? Mientras el primer día de primavera en Santiago de Chile se va durmiendo, para abrirse un día más,
 mañana por la mañana la esperanza de un mañana mejor.